Ya tenemos a nuestra criatura en casa, papá vuelve al trabajo, las "modernas" abuelas de ahora también van a trabajar, y nuestras hermanas y amigas...
Después del momento en que recibimos por primera vez a nuestro hijo en brazos, en el que el tiempo se detuvo y nada más existía, llega otro momento en el que volvemos a la realidad cotidiana.
Nos encontramos en casa a solas con el bebé, y sabemos que hoy nadie vendrá a vernos, las visitas serán el fin de semana.
Muy decidida, me disponía a empezar esa vida cotidiana que tantas veces imaginé durante el embarazo...
Día tipo: por la mañana después de desayunar los dos, le asearé, le pondré la ropita tan mona que compré, luego me arreglaré yo, ventilaré la casa, dejaré puesta una lavadora (cogiéndolo en brazos siempre que me reclame aunque tarde un poco más en hacer todo), y nos iremos de paseo con el nene en el carrito pasando por el súper a comprar algo que falte. Luego volveremos a casa, le cambaré el pañal, le haré carantoñas, le daré pecho cuando pida, y mientras duerma haré la comida y tenderé la ropa que puse a lavar antes de irme...
Parece fácil, ¿verdad? ¡Pues no!
A lo mejor es posible si tienes uno de esos pocos bebés que duermen mucho por el día, pero el mío no fue uno de ellos. Dormía en mis brazos, pero en cuanto lo intentaba dejar en la cuna, el carro o la hamaca, se despertaba automáticamente y a llorar.
Como por las noches yo no descansaba (si leeis el post de A Vueltas con las Noches lo vereis), ya empezaba el día agotada.
A lo mejor se había despertado a las 6:30, después de mamar no se volvía a dormir. Le cambiaba el pañal y al al poco bocanada que te va, y a cambiar de ropa. Lo intentaba dejar en algún sitio para hacerme un desayuno rápido y no podía, a hacer pis con él en brazos (os puede parecer raro pero es posible hacerlo con una sóla mano).
Pasaba un rato intentando dormirlo, en la teta, de pie y cantando a la vez. El tío estaba agustito, pero no se dormía. Las piernas me pesaban, la espalda me dolía y los brazos se empezaban a resentir.
Y ves que ya sale el sol y hace más evidente el desorden de la casa, y piensas tantas cosas que quieres hacer cuando se duerma...
Acaban dando las 11:30 a.m. y sigues prácticamente igual que cuando os habeis despertado (5 horas después) Han pasado las horas como si nada pero se te están haciendo eternas . Tú no has avanzado con el tiempo, tienes hambre, no te has duchado (ni ayer tampoco), la ropa sucia se amontona, y ya sintes la necesidad imperiosa de salir de allí, todo lo demás ya da igual. Durante ese tiempo has llevado al bebé en brazos ininterrumpidamente, aun te tienes que vestir con ropa de calle y la criatura también. Mientras llora en el cambiador, sólo piensas quiero salir ya de casa, que ganas tengo de salir de casa. Los 5 minutos que tardo en vestirlo a él (con lo primero que pillo, ni conjuntado ni ná) y en vestirme yo (ahí no queda más remedio que dejarlo sobre la cama y llora desconsoladamente), se hacen eternos, sólo quiero salir ya de casa.
Es invierno y al nene hay que abrigarle, así que como ya lleva el sofocón encima, no calla mientras lo envuelvo cual cebolla y lo meto en el carro. Yo ya os digo que sufro mucho si oigo llorar a mi hijo, sé que él no entiende que vamos de paseo y que yo no me alejaré de él. Me reclama, me necesita, no pienso que esté poniendo a prueba esa tontada de mis límites, sino que sólo se siente seguro en mis brazos, es muy simple, pero la situación la siento injusta. Casi no he dormido, llevo horas con él encima relegando el resto de mis necesidades y no tengo derecho a 5 minutos de preparación para salir sin llorar. Realmente siento que es injusta la situación, que no el niño.
Porfín estamos en la calle, con horrible viento invernal que me obliga a poner la burbuja del carro.
Si el niño lloraba al dejarlo en el carro ¿qué espero que haga mientras no lo coja?, seguir llorando. Empizo a caminar muy deprisa, ea ea ea le voy cantando a gritos (los vecinos pensarán ya ha salido la loca de paseo), y a mitad de calle, cuando lo veo ponerse morado y quedarse ya encanado sólo pienso que ganas tengo de volver a casa, sólo quiero llegar a casa (¿os suena?). ¡Record de la semana!, el paseo ha durado 4 minutos.
Otra vez en casa, lo cojo si llegar a quitarme del todo el abrigo lo pongo al pecho y vuelve la calma. Pues nada hijo mío, que se acabe el mundo si quiere, que nosotros así nos quedamos.
Y esque, si me paro a pensarlo, cuando sea mayor haré muchos esfuerzos para ayudarle a ser feliz : pagarle los estudios, ayudarle con la entrada del piso, consolarle si le deja la novia, preparale tapers cuando viva solo...
Pero realmente, nunca me resultará tan fácil y barato ofrecerle la felicidad plena y absoluta como ahora mismo. Mi pecho, mis brazos y mi mirada llena de amor infinito.Y mi hijo feliz. ¿Qué más se puede pedir?
En el siguiento post, os explicaré qué es lo que debe de fallar para no conseguir compaginar sus necesidades con las nuestras, y como resolví el caos que acabais de leer.
Permitidme un consejo: Abrazad a vuestros hijos y sed felices con ellos.
Ya estoy deseando que escribas el siguiente porque yo estoy asi ahora y quiero una solución!!!
ResponderEliminarGracias
Precioso...totalmente identificada...me ha encantado el relato!!
ResponderEliminarSíii!!! Esa sensación de...ejem, ejem...cuantos días llevo sin ducha?? Donde hay una camiseta sin manchurrones de leche?? Y lo que es mas importante... Se despertará si tiro de la cadena (después de usar el baño por supuesto con la niña en brazos / en el foular / en la mochila...???? ¿Por qué las mamás de los anunciós van tan monas y maquilladas con bebes limpísimos y dormidísimos??? Claro... por que son de mentira... Yo tambien me identifico! Mi primera fue así...con la segunda, que duerme mucho, casi lo echo de menos...jejeje!
ResponderEliminarGracias por vuestros comentarios.
EliminarA ver si encuentro un ratito hoy y escribo la segunda parte.